Así se forjó el amor entre Miguel Hernández y Josefina Manresa
¿Cómo se conocieron? ¿Cuál fue el primer poema? Aquí la historia de sus primeros encuentros narrados por la propia protagonista.

Hay historias de amor que parecen nacidas para convertirse en literatura. La de Miguel Hernández y Josefina Manresa es una de ellas: tímida en sus comienzos, paciente en su crecimiento y profundamente marcada por la poesía y la tragedia. No lo tuvieron fácil, fue más bien breve y terminó en tragedia.
Josefina en el libro Recuerdos de la Viuda de Miguel Hernández recordaba con claridad el inicio de todo:
"Me estuvo pretendiendo desde el año 1933 hasta el 27 de septiembre del 34. Pasaba varias veces por la puerta del taller de la calle Mayor, en Orihuela, donde yo trabajaba de modista. Siempre llevaba papeles, entonces él trabajaba en la Notaría. Miraba hacia dentro del taller y me di cuenta que me miraba a mí".
El joven cabrero que ya escribía versos rondaba la calle con una mezcla de timidez y determinación. El rumor se extendió pronto entre las compañeras de Josefina y una de ellas le decía: "El poeta quiere a una chica de aquí y yo sé quién es".
No obstante, Josefina en aquellos días ya sabía de la existencia de un poeta de Orihuela llamado Miguel Hernández. Lo vio en una entrevista que el periódico Estampa le hizo por su primer viaje a Madrid con el interés de darse a conocer como poeta y buscar trabajo para mantenerse allí. Ella la vio en el taller de costura donde aprendía. Una de sus compañeras, Carmen "La Calabacica" explicó que Miguel era un chico cabrero de la calle de Arriba, muy listo y "poético". Cuando publicó Perito en lunas, Josefina vio expuestos los libros en el escaparate de la tienda de tejidos de Ramón Sijé y se dio cuenta de que era el mismo que vio en Estampa.
Durante estos tiempos también se cruzaron en las fiestas de Orihuela. Iba él con otros chicos el día de la feria, se le acercó y ella lo echó de su lado "como era costumbre hacer con los novios de feria", pero entonces no reconoció que era el poeta.
La primera declaración: un poema doblado
Al principio, Josefina no se dejaba cortejar. Pero un día, Miguel le entregó un papel doblado antes de salir corriendo. Dentro, escrito a máquina, se escondía un poema:
"Ser honda, oficio, niña, es de tu pelo."
Al lado, manuscritas, dos palabras sencillas: "para ti". Fue el primer gesto claro de un amor que se abriría camino entre versos y silencios.
Paseos, juegos y complicidades
Desde entonces, la relación comenzó a fraguarse en pequeños rituales. Miguel silbaba hacia el balcón del cuartel donde vivía Josefina. A veces, hubo cierta confusión porque un vecino tenía un loro que llegó a imitar tan bien el silbido de Miguel que ella confundía.
Pero empezaron a verse. Jugaban al veo veo, paseaban los domingos por los puentes y la estación. Él compraba la revista Cinegramas para leerla junto a ella, aunque al cine solo fueron una vez. Josefina prefería pasear o sentarse en un banco, también para evitar que él gastara el poco dinero que tenía.
Un domingo, frente a un rosal de rosas rojas, Miguel cortó una, la besó y se la entregó. Josefina la llevó prendida toda la tarde. Desde entonces, en sus cartas, el poeta le pedía que le enviara un pétalo "besado" como recuerdo.
La formalidad del noviazgo
No tardó en dar el paso de presentarse al padre de Josefina, guardia civil, para pedirle formalmente poder hablar con su hija. El noviazgo se consolidaba en medio de la sencillez cotidiana: las hermanas pequeñas de Josefina se encariñaron con él, visitándolo a escondidas tras la tapia del huerto, donde lo veían leer y escribir a la sombra de una higuera.
En palabras de Josefina:
"Pasaban poco tiempo juntos porque él iba a verme ya de noche y el cuartel cerraba muy temprano."
La distancia de Madrid
En 1935, Miguel marchó a Madrid. Trabajó en Espasa Calpe, colaborando en una enciclopedia taurina. Fue un tiempo de incertidumbre para ambos, separados por cartas y silencios, pero también fue el período en el que su poesía maduró, llevando en el trasfondo la presencia de Josefina.
Objetos humildes, palabras eternas
La vida de Miguel nunca fue cómoda. Apenas poseía objetos: escribía a máquina en una Underwood prestada por Carmen, prima de Josefina. Sus papeles estaban mal conservados, guardados en baúles y habitaciones humildes, algunos devorados por polillas.
El único regalo de boda que recibió fue un reloj de Vicente Aleixandre, que tuvo que vender más tarde en su huida de Rosal de la Frontera. Todo lo demás que le quedaba eran palabras.
Josefina, con la serenidad de los años, escribiría que ella siempre tuvo interés en que se publicara lo que a Miguel satisfacía, pero tuvo que ver cómo se publicaban libros sin su consentimiento y otras veces en ediciones pirata.
Incluso el poema más emblemático del amor doméstico, "Nanas de la cebolla", sufrió variaciones: en origen se llamaba "Seguidillas de la cebolla".
El rayo que no cesa: un libro de amor para Josefina
En medio de las dudas, los viajes a Madrid y la distancia que imponía la vida, Miguel encontró en la poesía la forma de mantener vivo su amor por Josefina. De esa necesidad nació El rayo que no cesa (1936), su gran libro amoroso, impregnado de sonetos y metáforas ardientes.
Muchos críticos han señalado que en sus páginas late la presencia constante de Josefina Manresa. La intensidad del deseo y el desgarro de la ausencia se transforman en versos que hoy son parte esencial de la poesía española del siglo XX.
El propio Miguel reconocía en sus cartas que el amor por ella era la fuerza que sostenía su escritura. Josefina lo recuerda así:
"Él siempre me dijo que sus poemas eran para mí, aunque a veces yo no me lo creyera. El rayo que no cesa lo escribió pensando en mí".
En este libro aparece con claridad la dualidad que marcó su relación: ternura y desasosiego, esperanza y sufrimiento. Como si el amor, para Miguel, no pudiera expresarse sin herida, sin la certeza de que amar es también perder y sangrar.
Miguel Hernández y Josefina Manresa se casaron en 1937, en plena guerra, y más tarde, ya en prisión, volvieron a unirse en ceremonia religiosa. Su amor, tejido de rosas, silbidos y cartas, sobrevivió a las privaciones, a la cárcel y al tiempo.
Y todavía hoy, como escribió Miguel en una de aquellas cartas ardientes, resuena en la memoria:
"Tu corazón y el mío se han conocido. No podrán ya separarse."
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