Resumen de Marianela: adaptación para secundaria

06.05.2023

Resumen adaptado para secundaria de la novela Marianela de Benito Pérez Galdós. Incluye algunos fragmentos del libro original.

Adaptación de Marianela

Marianela es una muchacha de 17 años huérfana y muy pobre. Pablo es un joven ciego perteneciente a una familia rica. Viven en un pueblo minero del norte de España. Podrían ser los protagonistas de una historia de amor, aunque hay algunos elementos que lo complican. Ella es fea, tiene un escuálido cuerpo de niña y rostro de señora mayor. Es tan pobre que apenas come, viste andrajos y va descalza.

Era como una jovenzuela, pues sus ojos no tenían el mirar propio de la infancia, y su cara revelaba la madurez de un organismo en que ha entrado o debido entrar el juicio. A pesar de esta desconformidad, era admirablemente proporcionada, y su pequeña cabeza remataba con cierta gallardía el miserable cuerpecillo. Alguien decía que era una mujer mirada con vidrio de disminución; alguno que era una niña con ojos y expresión de adolescente. No conociéndola, se dudaba si era un asombroso progreso o un deplorable atraso.

-¿Que edad tienes tú? -preguntó Golfín sacudiendo los dedos para arrojar el fósforo, que empezaba a quemarle.

- Dicen que tengo dieciséis años -replicó la Nela, examinando a su vez al doctor.

- ¡Dieciséis años! Atrasadilla estás, hija. Tu cuerpo es de doce a lo sumo.

-¡Madre de Dios! Si dicen que yo soy como un fenómeno -manifestó ella en tono de lástima de sí misma.

-¡Un fenómeno! -repitió Golfín poniendo su mano sobre los cabellos de la chica-. Podrá ser. Vamos, guíame.

La Nela comenzó a andar resueltamente sin adelantarse mucho, antes bien, cuidando de ir siempre al lado del viajero, como si apreciara en todo su valor la honra de tan noble compañía. Iba descalza: sus pies, ágiles y pequeños denotaban familiaridad consuetudinaria con el suelo, con las piedras, con los charcos, con los abrojos. Vestía una falda sencilla y no muy larga, denotando en su rudimentario atavío, así como en la libertad de sus cabellos sueltos y cortos, rizados con nativa elegancia, cierta independencia más propia del salvaje que del mendigo. Sus palabras, al contrario, sorprendieron a Golfín por lo recatadas y humildes, dando indicios de un carácter formal y reflexivo. Resonaba su voz con simpático acento de cortesía, que no podía ser hijo de la educación, y sus miradas eran fugaces y momentáneas, como no fueran dirigidas al suelo o al cielo.

-Dime -le preguntó Golfín-, ¿tú vives en las minas? ¿Eres hija de algún empleado de esta posesión?

-Dicen que no tengo madre ni padre.

- Pobrecita! Tú trabajarás en las minas ...

-No, señor. Yo no sirvo para nada -replicó sin alzar del suelo los ojos.

-Pues a fe que tienes modestia.

Teodoro se inclinó para mirarle el rostro. Este era delgado, muy pecoso, todo salpicado de menudas manchitas parduzcas. Tenía pequeña la frente, picudilla y no falta de gracia la nariz, negros y vividores los ojos; pero comúnmente brillaba en ellos una luz de tristeza. Su cabello dorado obscuro había perdido el hermoso color nativo por la incuria y su continua exposición al aire, al sol y al polvo. Sus labios apenas se veían de puro chicos, y siempre estaban sonriendo; pero aquella sonrisa era semejante a la imperceptible de algunos muertos cuando han dejado de vivir pensando en el cielo. La boca de la Nela, estéticamente hablando, era desabrida, fea; pero quizás podía merecer elogios, aplicándole el verso de Polo de Medina: es tan linda su boca que no pide. En efecto; ni hablando, ni mirando, ni sonriendo revelaba aquella miserable el hábito degradante de la mendicidad callejera.

Pablo Penáguilas es ciego, aunque sensible y curioso. Marianela le hace de lazarillo, disfruta con su compañía con las descripciones de los paisajes que le hace y, para él, la Nela es la persona más bella del mundo. De hecho, los ojos de Pablo en el mundo son ella porque es quien se lo explica todo. Él le lleva chocolate y dulces y pasan muy buenos momentos juntos.

La Nela (…) había cogido de las manos de su amigo las flores, y combinaba sus risueños colores.

- Yo tenía una idea sobre esto -añadió el ciego con mucha energía-, una idea con la cual estoy encariñado desde hace algunos meses. Sí, lo sostengo, lo sostengo... No, no me hacen falta los ojos para esto. Yo le dije a mi padre: Concibo un tipo de belleza encantadora, un tipo que contiene todas las bellezas posibles; ese tipo es la Nela. Mi padre se echó a reír y me dijo que sí.

La Nela se puso como amapola y no supo responder nada.

Durante un breve instante de terror y ansiedad, creyó que el ciego la estaba mirando.

- Sí, tú eres la belleza más acabada que puede imaginarse -añadió Pablo con calor-. ¿Cómo podría suceder que tu bondad, tu inocencia, tu candor, tu gracia, tu imaginación, tu alma celestial y cariñosa que ha sido capaz de alegrar mis tristes días; cómo podría suceder, cómo, que no estuviese representada en la misma hermosura ... Nela, Nela -añadió balbuciente y con afán-. ¿No es verdad que eres muy bonita?

La Nela calló. Instintivamente se había llevado las manos a la cabeza, enredando entre sus cabellos las florecitas medio ajadas que había cogido antes en la pradera.

- ¿No respondes? ... Es verdad que eres modesta. Si no lo fueras, no serías tan repreciosa como eres. Faltaría la lógica de las bellezas, y eso no puede ser. ¿No respondes?...

- Yo... -murmuró la Nela con timidez, sin dejar de la mano su tocado-, no sé ... dicen que cuando niña era muy bonita ... Ahora ... - Y ahora también.

María, en su extraordinaria confusión pudo hablar así:

- Ahora ... ya sabes tú que las personas dicen muchas tonterías ... se equivocan también ... a veces el que tiene más ojos ve menos.

- ¡Oh! ¡Qué bien dicho! Ven acá: dame un abrazo.

La Nela no pudo acudir pronto, porque habiendo conseguido sostener entre sus cabellos una como guirnalda de florecillas, sintió vivos deseos de observar el efecto de aquel atavío en el claro cristal del agua. Por primera vez desde que vivía se sintió presumida. Apoyándose en sus manos, asomóse al estanque.

- ¿Qué haces, Mariquilla?

- Me estoy mirando en el agua, que es como un espejo -replicó con la mayor inocencia, delatando su presunción.

- Tú no necesitas mirarte. Eres hermosa como los ángeles que rodean el trono de Dios.

El alma del ciego llenábase de entusiasmo y fervor.

- El agua se ha puesto a temblar -dijo la Nela-, y yo no me veo bien, señorito. Ella tiembla como yo. Ya está más tranquila, ya no se mueve ... Me estoy mirando ... ahora.

- ¡Qué linda eres! Ven acá, niña mía -añadió el ciego, extendiendo sus brazos.

La situación cambia porque Teodoro Golfín, médico especialista en operaciones de vista, cree tener la solución para que Pablo recupere la vista. Justo antes de la operación, llega al pueblo Florentina, prima de Pablo y con quien su familia espera que se case, aunque él en un primer momento la rechaza porque dice estar enamorado de Marianela. Y eso que es bella y dulce. De hecho, Pablo promete a Nela que vivirán toda la vida juntos.

- Ya te quitaré yo de la cabeza esos pensamientos absurdos -dijo el ciego tomándole la mano-. Hemos de vivir juntos toda la vida. ¡Oh, Dios mío! Si no he de adquirir la facultad de que me privaste al nacer, ¿para qué me has dado esperanzas? Infeliz de mí si no nazco de nuevo en manos del doctor Golfín. Porque esto será nacer otra vez. ¡Y qué nacimiento! ¡Qué nueva vida! Chiquilla mía, juro por la idea de Dios que tengo dentro de mí, clara, patente e inmutable, que tú y yo no nos separaremos jamás por mi voluntad. Yo tendré ojos, Nela, tendré ojos para poder recrearme en tu celestial hermosura, y entonces me casaré contigo. Serás mi esposa querida ... serás la vida de mi vida, el recreo y el orgullo de mi alma. ¿No dices nada a esto?

La Nela oprimió contra sí la hermosa cabeza del joven. Quiso hablar, pero su emoción no se lo permitía.

La próxima operación supone un vuelco para el mundo de Marianela, ya que sabedora de su aspecto no quiere que Pablo la vea. De hecho, se distancia y huye del pueblo. Además, la situación de su cuerpo débil empeora, ya que se aparta de la persona que centraba su vida.

La operación resulta un éxito, Pablo pregunta por Marianela, pero no está. Un día, Teodoro la encuentra en muy malas condiciones y la lleva a casa de la familia de Pablo donde es atendida por Florentina que se desvive por la chica.

Pablo empieza a ver con buenos ojos a su prima y, un día, entra en la habitación en la que Florentina cuida a Marianela, aunque no se da cuenta de que está la chica que fue su lazarillo. Pablo empieza a alabar la belleza de Florentina, habla de lo afortunado que es al haberla conocido y, ante estas palabras, Marianela entra en crisis y Pablo la ve por primera vez.

Pablo alargó una mano hasta tocar aquella cabeza que le parecía la expresión más triste de —272→ la miseria y desgracia humanas. Entonces la Nela movió los ojos y los fijó en su amo. Pablo se creyó Pablo mirado desde el fondo de un sepulcro; tanta era la tristeza y el dolor que en aquella mirada había. Después la Nela sacó de entre las mantas una mano flaca, tostada y áspera y tomó la mano del señorito de Penáguilas, quien al sentir su contacto se estremeció de pies a cabeza y lanzó un grito en que toda su alma gritaba.

Hubo una pausa angustiosa, una de esas pausas que preceden a las catástrofes del espíritu, como para hacerlas más solemnes.

Con voz temblorosa, que en todos produjo trágica emoción, la Nela dijo:

-Sí, señorito mío, yo soy la Nela.

Lentamente y como si moviera un objeto de mucho peso, llevó a sus secos labios la mano del señorito y le dio un beso... después un segundo beso... y al dar el tercero, sus labios resbalaron inertes sobre la piel del mancebo.

Después callaron todos. Callaban mirándola. El primero que rompió la palabra fue Pablo, que dijo:

-Eres tú... ¡Eres tú!...

Pero la Nela está muy débil y, turbada por el dolor, muere pese a los cuidados hasta el último momento de Florentina y Teodoro.

Florentina se echó a llorar.

-¡El alma -murmuró, inclinando su cabeza sobre el pecho- ya ha volado!

-No -dijo Teodoro, tocando a la Nela-. Aún hay aquí algo; pero es tan poco, que parece ha desaparecido ya su alma y han quedado sus suspiros.

-¡Dios mío!... -exclamó la de Penáguilas, empezando una oración.

-¡Oh!, ¡desgraciado espíritu! -murmuró Golfín-. Es evidente que estaba muy mal alojado...

Los dos la observaron muy de cerca.

-Sus labios se mueven -gritó Florentina.

-Habla.

Sí, los labios de la Nela se movieron. Había articulado una, dos, tres palabras.

-¿Qué ha dicho?

-¿Qué ha dicho?

Ninguno de los dos pudo comprenderlo. Era sin duda el idioma con que se entienden los que viven la vida infinita.

Después sus labios no se movieron más. Estaban entreabiertos y se veía la fila de blancos dientecillos. Teodoro se inclinó, y besando la frente de la Nela, dijo así con firme acento:

-Mujer, has hecho bien en dejar este mundo.

Florentina se echó a llorar, murmurando con voz ahogada y temblorosa:

-Yo quería hacerla feliz, y ella no quiso serlo.

Aunque no lo cuenta el libro, el final invita a pensar que Pablo comprende que fue al lado de Marianela cuando vivió más feliz, aunque no tuviera vista.

Actividad

Agrupados por parejas, los alumnos deben pensar en un lugar de su entorno que conozcan para describirlo en el cuaderno con el mayor número de detalles como si tuvieran que describírselo a una persona ciega. Después tendrán que leerlo entre los compañeros para comprobar si lo reconocen.

Marianela PDF

La novela original Marianela de Benito Pérez Galdós está disponible en el siguiente enlace:

https://biblioteca.org.ar/libros/92610.pdf