Chateaubriand, el escritor que descansa frente al mar

28.02.2019

Su carácter controvertido y su pensamiento contra el orden vigente no impidieron que uno de los precursores franceses del Romanticismo fuese enterrado en el lugar que eligió, un pequeño islote en Saint-Malo, en la Bretaña.

Cae una ligera lluvia en torno a la muralla de Saint-Malo. Bajo la caricia áspera del chubasquero y cogido a la mano de Ana observo el mar, tranquilo y frío aquella mañana. La marea está baja y una mujer camina dejando las huellas de sus pisadas en la arena mientras pone dirección al promontorio rocoso que se adentra en el mar de Bretaña. Miro en el plano del lugar que nos dieron en la oficina de Turismo. En aquel islote aparece una cruz y una leyenda: tumba del escritor François-René de Chateaubriand. Aquel apellido me suena a los inicios del Romanticismo, pero reconozco que no había leído nada de él.

Me siento atraído por aquel lugar, por su ubicación al noroeste de la Europa continental, por el sabor corsario de sus calles, por abrirse al descanso de personajes de todo tipo. Bajamos de la muralla que ya hemos recorrido casi en su totalidad y, azotados por el viento, seguimos las huellas marcadas en la arena para llegar a la pequeña península rocosa. Subimos por un sendero que va rodeando el lugar y mirando al mar, de espaldas a la ciudad, vemos la tumba, precedida por una placa donde dice lo siguiente:

"Un gran escritor francés quería descansar aquí para escuchar solo el mar y el viento. Pasa. Respeta su último deseo".

En ningún lugar más aparece su nombre, lo que escribió o cómo vivió, pero allí, en aquel promontorio alejado de todo ruido, Chateaubriand tiene la paz que deseó. Fue escritor y descansó eternamente en el lugar que eligió en vida, después de toda una trayectoria convulsa y marcada por la contradicción. Sus restos dejaron de ser carne en un lugar mágico y tranquilo como aquel. No pude evitar pensar en otros escritores que no tuvieron la misma suerte, escritores españoles, escritores que nos dejaron versos inolvidables mucho después que Chateaubriand. Ellos no pudieron elegir el lugar donde descansar, a alguno también lo hicieron "descansar" antes de tiempo.

Chateaubriand tiene su rincón guardado, al margen y venerado, en Saint-Malo. Y eso que en vida se ganó multitud de enemigos. Para Fernando Savater, Chateaubriand fue un hombre marcado por la contradicción:

Inspirador del romanticismo pero afanoso de la serenidad clásica, monárquico legitimista que solía llevarse mal con los reyes, católico en literatura y libertino en amores, ambicioso de honores que menospreciaba al conseguirlos, cicatero y generoso, liberal para los conservadores y conservador para los liberales, viajero compulsivo cuya imaginación nunca salió de la Bretaña de su infancia, detestado por muchos colegas y admirado a regañadientes por casi todos (el joven Victor Hugo se propuso "ser Chateaubriand o nada")...

Así fue este autor que conoció toda la pompa de Versalles, defendió la monarquía constitucional durante la Revolución Francesa, permaneció tiempo en el exilio, primero fue amigo y después enemigo de Napoleón... y su pensamiento se respetó. Todos conocemos a los exponentes franceses del Romanticismo: Victor Hugo, Alexandre Dumas -padre e hijo- o Stendhal, pero antes de ellos Chateaubriand fue uno de los pioneros del movimiento a finales del siglo XVIII. Lo puedo concretar ahora que pasé por Saint-Malo y me llamó la atención este enigmático y sencillo mausoleo. Porque también para esto sirven las tumbas, para culturizar y remover la conciencia de aquellos que pasan junto a ellas.


A la vuelta, pude curiosear entre parte de su obra. No he leído las 2.000 páginas de sus Memorias de Ultratumba, pero sí algunos fragmentos como el que narra su breve paso por la cárcel:

Veía el reverso de la sociedad, las llagas de la humanidad, y las espantosas máquinas que hacen mover este mundo.

Doy gracias a los literatos, grandes partidarios de la libertad de imprenta, que en otro tiempo me habían elegido por su jefe y combatían bajo mis órdenes: sin ellos hubiera dejado la vida sin saber lo que era la prisión y me habría faltado esta prueba. Reconozco en esta delicada atención el talento, la bondad, la generosidad, el honor, el valor de los escritores que se encuentran en el poder. Pero en resúmen ¿qué es esa corta prueba? El Taso pasó años enteros en un calabozo ¿y podría yo quejarme? No, n o tengo el necio orgullo de medir mis privaciones de algunas horas, con los prolongados sacrificios de las víctimas inmortales, cuyos nombres ha conservado la historia.

Además, yo no era completamente desgraciado: el genio de mis pasadas grandezas y de mi gloria de treinta años de fecha no se me apareció; pero mi musa de otro tiempo, aunque pobre e ignorada, vino radiante a abrazarme por la ventana: estaba encantada de mi morada, y llena de inspiración: me volvía a encontrar como me había visto en mi miseria en Londres, cuando vagaban por mi mente los primeros sueños de René.

Su fuerza descriptiva y su conciencia histórica se reflejan en El genio del Cristianismo (1802)-con los episodios de René y Atala-, la novela Los nátchez (1826) o Las aventuras del último Abencerraje (1826). También tiene jugosos ensayos como Amor y vejez y De Buonaparte y de los Borbones.

De su obra poética, rescato algunos fragmentos

El monte, de florestas rodeado,
domina una campiña dilatada,
en que crece el ciprés de Apolo amado,
y la viña del olmo entrelazada.
El fresco valle, el florido collado,
la vega de verdura matizada,
los bosques convidando con su sombra
se extienden como bella y ancha alfombra.

(De Los mártires)

Los ojos de Dios

Ante los ojos del hombre
para borrar nuestras faltas
no serán mucho que mil
torrentes de sangre caigan,
mas por ventura de Dios
no es tan dura la mirada,
porque tan sólo precisa
que caiga una sola lágrima.

Su obra descansa en bibliotecas y librerías mientras su cuerpo termina de deshilacharse entre el viento de la Bretaña y el rumor del mar, otorgando tranquilidad a todos los que un día se encuentren como hice yo con la enigmática tumba de un gran escritor francés.

¿Conoces mi novela Las calles que se volvieron playas?